martes, 22 de diciembre de 2015

Partida de póker

ILas elecciones han dado un resultado abierto. Un resultado que hará que los tiempos políticos van a ir más despacio, como en una partida de poker.

Pablo Iglesias y Podemos tienen muy buenas cartas. Creen que un adelanto electoral les beneficiará y por ello plantean propuestas que el PSOE no puede aceptar. Propuestas que, además, requieren el apoyo del Partido Popular ya que se han de materializar en cambios constitucionales. El referéndum no ha sido el vértice de una campaña y que ahora sale a la luz

Rajoy no tiene malas cartas. Ciudadanos se ha desinflado y sus votantes siguen sin ser sensibles a la corrupción. Tampoco verían con malos ojos unas nuevas elecciones. Eso sí, resulta patético buscar el apoyo del PSOE, exigiendo un sentido de Estado que no tuvo en 2010. Y menos aún después de que se le señala como indecente. Eso sí Gürtel está a la vuelta de la esquina.

Sánchez lo tiene complicado. El acuerdo natural de la izquierda con Podemos lleva camino de no materializarse por las exigencias de Iglesias y Errejon. Tiene dificultades internas con Díaz, Vara y Page que no son propensos a este pacto. Lo que parece claro es que no hay lugar para aceptar algo que no sea un NO al Partido Popular, ya que las bases del Partido no lo aceptarian. Sería un error ideológico y estratégico, ya que conduce a la pasokizacion definitiva.

Rivera tiene las peores cartas y por ello presiona al PSOE para que se abstenga. Eso sí, no parece muy serio terminar el discurso en la abstención, teniendo en cuenta que podrían existir otras opciones.

Ahora bien, con muy buenas cartas se puede perder y con regulares se puede ganar. La ansiedad puede hacer perder. Pero lo único claro es que la solución será lenta y que no podemos esperar una respuesta inmediata.

domingo, 13 de diciembre de 2015

Puertas giratorias

Pablo Iglesias y Podemos han traído a la primera línea del debate político la cuestión de las puertas giratorias, esto es, las situaciones en las que los políticos pasan a desempeñar funciones dentro de las grandes empresas una vez que dejan de serlo. Un problema que se quiere constitucionalizar mediante su prohibición durante un periodo más o menos grande de tiempo, como vía para garantizar la imparcialidad en el ejercicio de la acción pública. Un problema actual y perenne, que no es sólo de nuestro país y que está de actualidad por los supuestos de interacción entre lo público y lo privado que se vio en los años anteriores.
Más allá de la primera reacción, el problema de las puertas giratorias, del pantouflage de los franceses, revolving doors de los anglosajones, no es un problema que se pueda despachar de un plumazo. Nos encontramos ante muchas situaciones que entran en los problemas de uso de la influencia adquirida en la política para el desempeño a posteriori de la labor privada y en donde, además, aparece la cuestión de que el expolítico debe tener un puesto de trabajo (salvo que asumamos que haya que dar una indemnización).
Empecemos planteándonos la primera cuestión. ¿Qué hace un político cuando deja de serlo? Trabajar en lo suyo, parece la primera respuesta y que, desde luego es la situación normal cuando se es funcionario. Para los que no lo son, ¿cómo de estrictos somos limitando el trabajo al que pueden acceder? E inmediatamente después nos tenemos que preguntar ¿qué indemnización le damos si restringimos de forma estricta su acceso al mercado de trabajo?
El problema, se dice, aparece cuando se accede a un Consejo de administración de una gran empresa, especialmente si es de las denominadas estratégicas. En España siempre sale el mismo caso, a pesar de que lo dejó hace algún tiempo: ¿Consideramos ilógico que Felipe González pudiera estar ahora (lo pongo en condicional, porque dejó de estar hace bastantes meses) en el Consejo de Administración de Gas Natural, cuando hace más de 20 años que dejara la Presidencia del Gobierno? A mí recordar este caso no me parece adecuado. El tiempo transcurrido es demasiado grande.
A partir de aquí, surge la siguiente cuestión ¿sólo miembros de Consejos de administración? Esta es la situación en la que estaba Jordi Sevilla (trabajando para una consultora, PriceWaterhouseCoopers) ¿Se lo impedimos también? ¿Por cuánto tiempo? ¿Estamos diciendo en consecuencia que sus conocimientos no le permiten para ganarse la vida? O en el caso de Trinidad Jiménez, que parece que ha recibido una oferta de trabajo de Telefónica. Dejó de ser Ministra hace cuatro años. Un tiempo más que respetable para que ahora pueda afrontar un cambio en su vida profesional. E incluso podemos plantearnos algo más ¿para cualquier tipo de empresa? ¿O hacemos distinciones?
Frente a lo estrictos que parece que se quiere ser con estas situaciones nada se dice de otras. Para hacer lobby, para desplegar influencias, no hace falta entrar en un Consejo de administración ni siquiera trabajar para una gran empresa. ¿Hemos pensado en los despachos de abogados o de otros profesionales liberales cuya tarea fundamental es el lobby? ¿No sería mejor la regulación del lobby para saber quiénes se dedican a este tipo de menesteres, tal como ocurre en la Unión Europea? ¿No habría también que mejorar la transparencia de la actuación pública para saber con quien se reúne cada cargo público?
O incluso, ni siquiera hace falta plantearnos que el cargo público pase al sector privado, cuando es posible hacerlo fichando a su pareja. Es difícil no pensar que el fichaje de Iván Rosa, esposo de la Vicepresidenta Saez de Santamaría, dos meses después de que esta accediera al cargo no está motivado por la posición política de su mujer. Este supuesto ¿lo consideramos afectado por una situación de incompatibilidad?
La casuística es grande, como se puede ver, y los contornos de la legislación deben contemplarlos todos. Pero no resulta suficiente. Los casos de influencias desarrolladas por algunos diputados del Partido Popular (el último de ellos, muy escandaloso, de esta semana) durante esta legislatura han hecho salir a la luz un problema que está bien regulado pero mal aplicado: el otorgamiento de la compatibilidad a los diputados para desarrollar actividades privadas. Cogiendo la letra de los artículos 154 y siguientes de la Ley Orgánica del Régimen Electoral General, donde se recuerda que la actividad de diputado o de senador es con dedicación absoluta  no podría pasar. La lectura que se hace de la misma nos conduce a que esté ocurriendo. El problema es también de cómo se aplican los supuestos y sobre todo las excepciones que existen.
Las puertas giratorias tienen un campo en el caso de la función pública de lo que no se suele hablar o que, por lo menos no están en el ojo del huracán: el paso de los miembros de los cuerpos de élite de la Administración del sector público al sector privado para litigar contra  el Estado. Abogados del Estado e Inspectores de Hacienda son los primeros en esta lista. Aquí habría que ampliar el tiempo en el que deben permanecer obligatoriamente en el sector público (que hoy sólo son 5 años) y endurecer las consecuencias de su salida. De esto, que nos está costando mucho dinero al cabo del año, sin embargo no se dice absolutamente nada.
Con los ejemplos anteriores he querido destacar un dato: merece una respuesta pensada para incluir todo aquello que merezca la pena y con unas consecuencias proporcionadas. Todo ello, en el empeño de que se reduzca lo más posible una influencia perniciosa a la hora de toma de decisiones públicas. Aunque para esto me parece que la capacidad del político para aguantar las presiones y decidir en función del interés general es lo más relevante.